Gozáis, princesa

En la final de Copa, cuando me cambié de localidad en el Bernabéu para sentarme al lado de una rubia que acabó siendo la mujer de Leo Benhakker y casi termino en la cantera del PSV de una bofetada, escribí unas líneas para cantar la victoria del Madrid. Reconciliados tras una copa en el descanso, Leo me hizo una declaración: «Está difisil». A pesar del empate, y para que no me cogiese el cierre, acabé mi pieza en el minuto 80 porque tenía más confianza en que el Atleti perdiese que en que el Madrid ganase; incluso que se produjese antes lo primero que lo segundo. Mis planes los desbarató la realidad, como a Rajoy. Tuve que rehacerlo todo mientras en la redacción amenazaban con suicidios y cuando sonó el móvil no quise mirarlo. Sabía quién era: Pedro Simón.

Desde que conozco a Pedro Simón el Madrid no le gana al Atleti y Whatsapp ya cotiza en bolsa. En ese partido me mandó más mensajes que una ex a las cinco de la mañana; tantos que casi volvemos. Así que el sábado le pregunté: «¿Gozáis, princesa?». Él Atleti, cuya representación física es Diego Costa con borsalino, no hizo un partido del otro mundo pero jugó una final. El Madrid se conformó con jugar un partido de Liga y atender a labores estéticas más que resultadistas; era más importante empezar a jugar que a ganar, quizás porque la victoria venía de serie. Sólo así se entiende que Di María, que usa la parte derecha del cerebro para apoyar, tratase de hacer un regate en primera línea de guerra con los atléticos pululando alrededor tras un desembarco fallido.

Fue un partido hosco y tácticamente duro, como esos libros de Hammet que se lían tanto que al final el culpable eras tú. No pudo desparramarse por el césped Arda Turan, un futbolista que ya era mi estrella del Newcastle en el Pro Evolution de hace seis años y al que ahora en Madrid parecen conocer todos de niño. Se ha dejado una barba frondosa de la que saca pases y cualquier día, de seguir creciendo, se le descuelga un enano. No pasó el Atlético por encima del Madrid sino algo peor: pasó por debajo, entre los huecos de los defensas, al más puro contragolpe, con la certeza religiosa de un iluminado. Tal es así que hubo un momento en que el Madrid se puso a defender en campo rival con uñas y dientes el 0-1. Lo único salvable fueron los planos del Plus, que en cada pausa empezó a buscar los rostros de las mocitas madrileñas en la grada. Al final quien más y quién menos se quedó viendo el partido por las faltas.

La derrota trajo procesos de expiación. Muerto Mourinho el problema pasa a ser otra vez el Madrid. Esencialmente, no debe existir. Se ha probado todo y no ha valido nada. Cunde el pecado original, que es su riqueza: habrá que pedirle a la afición que pare. Esa portada de Millonarios 0 – Fútbol 1 deja la sensación de que pones a un gallo paseando encima del teclado y le sale algo más razonable. Claro que hay algo de justicia poética: un hombre tan poderoso como Florentino ganándose un enemigo por culpa de la loza. Y aún en todos estos desastres íntimos hay hueco para la diversión: en las radios se empieza a hablar bien de Mou, que es como ver al Ku Kux Klan dando conferencias ejemplares sobre negros. Estamos a un empate de que se proponga demoler el Bernabéu y pedir que los escombros se vendan por cupones como si fuesen pedacitos del muro de Berlín. Si me pita el Whatsapp ya sabré quién compró el último.